DISCONTINUDADES
A lo largo de estos últimos años, la obra
fotográfica de Cayetano Ferrández se ha desarrollado con la puesta en escena de
figuras y objetos como modo de abordar la microfísica con la que el poder trama
las relaciones humanas en la sociedad poscapitalista y se infiltra en las
acciones cotidianas del sujeto contemporáneo (Foucault, 1991). Pequeños personajes
pintados de gris transforman su rigidez de muñecos sin épica ni atributos en
una disposición expresiva, capaz de articular, a través de un básico pero
eficaz código de gestos corporales, toda una fenomenología de circunstancias
inquietantes a las que se ve sometido el ser humano. Cuerpos mudos y objetos inertes se hacen cargo de la producción de
significado, estableciendo entre ellos las relaciones semánticas que sustanciarán,
en forma de metáforas visuales, un universo de sentido cerrado y autosuficiente
en cada una de sus fotografías. En estas construcciones de tiempo y espacio
indefinidos, narratividad y visualidad se convierten en términos cómplices,
reforzados de manera recíproca. La puesta en escena facilita de manera
específica esa conexión interna entre narrativa e imagen fotográfica. Esta
disposición escenográfica de muñecos gesticulantes modula una construcción
discursiva de las imágenes en tercera persona que coloca al espectador a
distancia, en una actitud escrutadora y reflexiva. No se trata de un ejercicio
de ventriloquía del artista ni de una concesión catártica por parte del público,
sino de una estrategia para que la lectura literal de las escenas se desplace
hacia otra de carácter alegórico, una lectura que perturbe la actitud pasiva
del espectador, interpelado a la manera del extrañamiento brechtiano.
La pensadora Mieke Bal (2009) –de quien asumimos algunas
de las ideas que aquí desarrollamos– ha apuntado que la teatralidad es ante
todo un medio para la producción del sujeto mediante su escenificación. Dicho
de otro modo, la puesta en escena actúa como forma de producir subjetividad, tanto
en su dinámica individual como colectiva, desbordando la división tradicional
entre lo público y lo privado. En este sentido, la exposición Dis-continua ha significado un giro significativo
en el planeamiento de Cayetano Ferrández al transitar de la representación
fotográfica a la presentación escultórica, con la intención de que el
espectador forme parte de la escena y posibilitar otra relación con su obra. Una
relación que trastoque la actitud distante y pensativa que inducen las imágenes
fotográficas, por otra respuesta empática y corporeizada en lo que Jill Bennet (2005)
ha llamado, a propósito del arte producido en contextos de trauma y conflicto,
el “poder afectivo de lo visual”. Una figura rígida que raya la pared con su
cabeza, sillas ocupadas por cabezas o un cuerpo con alas pintadas clavado como
una mariposa… son objetos que emergen de un espacio gris, teñido de claroscuros,
cuyo régimen simbólico desvela la fricción entre libertad y sumisión, entre equilibrio
y trastorno, entre certeza e incertidumbre. La mirada del espectador se ve atrapada
por una atmósfera onírica que predispone el acontecer narrativo de estas piezas
así como de las imágenes fotográficas que les suceden en la exposición. En este
dispositivo performativo de encuentro dialéctico entre artificio y realidad, las
esculturas no funcionan tanto como hipotéticos referentes de sus fotografías
–un equívoco en el que se sumerge al espectador por maniobra del artista– sino
que se presentan como una especie de alteridad: como lo otro de las imágenes. En
este espacio en el que sujeto y espacio se construyen mutuamente es en el que
emergen las imágenes, haciendo nuestras palabras de Mieke Bal (2009: 131),
“entre el sueño privado y la escena pública”, transitando un territorio ubicado
entre el sujeto y la colectividad: el espacio de una cultura en malestar
(Freud, 1997).
En las obras de esta exposición presentimos que la
escenificación de la subjetividad se encuentra lastrada por algún tipo de
conflicto o de trastorno. Situaciones absurdas y acciones turbadoras se
materializan en imágenes fotográficas e instalaciones escultóricas. Alguien que
salta con unas muletas como alas o que golpea con el pie su propia cabeza
desprendida, sujetos aprisionados por la precisa medida de una herramienta
calibradora mientras que otros gritan en forma de cabezas emergiendo de otras
cabezas. O como en los gifs donde el
flujo en bucle habilita un experiencia vivencial compulsiva y angustiosa de un
tiempo asincrónico. La desintegración de la esfera pública y del discurso
político, la racionalización hegemónica y opresiva, el sujeto escindido, la
incomunicación y la locura desgranan, entre otros, todo un cuadro de trastornos
sociales y psicológicos presentes en nuestra manera de ser y de asumir el mundo
actual. Nuestro artista se sumerge en los procesos cognitivos adheridos a la
memoria del espectador sirviéndose de composiciones que apostan de los órdenes
hegemónicos de la visualidad, jugando con lo enigmático y la opacidad de
significados, explorando la fragilidad del sujeto social como cuerpo político y
afectivo.
En su análisis de la relación de los desórdenes
mentales con el arte contemporáneo Christine Ross (2006) apunta cómo la
depresión se ha convertido en la patología por excelencia de la época actual.
La depresión entendida como una desvinculación con el mundo, con los otros y
consigo mismo, no es sino la imposibilidad de construcción de uno mismo a
través del diálogo –y la crítica– con el otro, y, por tanto, la imposibilidad
de la experiencia estética en su acepción tradicional. Por su parte, el filósofo
Byung-Chul Han (2012), desde una perspectiva sociológica, precisa que cada sociedad
desarrolla su propias enfermedades. Nuestra sociedad global es la del
rendimiento, colonizada por la lógica del mercado y del beneficio a todos los
niveles, donde vivimos de un modo acelerado que empobrece nuestras formas de
experiencia: sometidos al estrés de una productividad autoexigida que nos
abruma y nos fatiga.
Como ya mostró Foucault, las verdaderas fuentes
para “hacer hablar a la locura” no hay que encontrarlas en los expedientes
clínicos ni en los informes sintomatológicos sino en ciertas producciones
artísticas. Desde esta perspectiva, también más allá de los meros síntomas
psicofísicos, para Cayetano Ferrández las anomalías mentales se convierten en
una instancia productora experimentada de forma subjetiva. Antes una oportunidad
que un obstáculo, estas discontinuidades que interrumpen la idea de normalidad –y
su orden implícito– pueden dar lugar a una experiencia creativa e innovadora: un
modo de redimir a aquel sujeto dislocado, aislado y fatigado pero abierto, seguramente
bajo otra concepción de lo humano y su racionalidad, a la oportunidad de seguir
transformándose.
REFERENCIAS
Bal, M. (2009). Conceptos viajeros en las humanidades. Murcia. Cendeac.
Bennett,
J. (2005). Empathic Vision. Affect,
Trauma and Contemporary Art. Stanford,
Stanford University.
Foucault, M.
(1991). Microfísica del poder.
Madrid, Ediciones de la Piqueta.
Freud, S. (1997). El malestar en la cultura. Madrid,
Alianza.
Han, B. C. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona. Herder.
Ross, C. (2006). The Aesthetics of Disengagement:
Contemporary Art and Depression. Minneapolis, University of Minnesota.
cienmanos (hundred-handers) 2020 the gray man |
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